EN DEFENSA DE LA FE CRISTIANA

Buscamos difundir las doctrinas bíblicas que consideramos verdaderas, tales como el unitarismo, el evangelio del reino de Dios, la fe en Jesús como el Cristo y en su sacrificio vicario, el bautismo por inmersión, el diablo y sus demonios como ángeles caídos, la segunda venida personal y post tribulacional de Cristo, la resurrección de los muertos, la restauración del Israel nacional, la iglesia de los santos, el milenio en la tierra, la destrucción eterna de los impíos, y la vida eterna.

domingo, 17 de enero de 2010

EL CRISTIANO Y LAS ARMAS (I)

Por el Dr. Javier Rivas Mtz (MD)
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«Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manos y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga» (Mt.11:29, 30).
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Navegando por la Web, encontré una página con destellos de cristianismo, de esencia bipolar (como hay muchas de la misma naturaleza equívoca, sin poder negar que existan otras que fulguran con blanca luz por evocar las verdades precisas que provienen de la Eterna Gloria) dónde había plasmado un comentario de contenido extraño, curioso, y ajeno al la Palabra del Creador. El comentario viene del Señor Tito Martínez, que afirma que los hijos de Dios, los santos, podemos llevar armas de naturaleza material para defensa propia, justificando este pensar de acuerdo a lo dicho en Dn.7:21 y Ap.13:7 respectivamente, como abajo podemos apreciar:
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«Y veía yo que este cuerno hacia guerra contra los santos, y los vencía. . . »«Y se le permitió hacer guerra contra los santos, y vencerlos. . . »
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Es de importancia marcar, para no crear confusiones, que el hacer guerra, contender, el realizar batalla, no es significativo siempre de lucha con armas visibles o materiales. El significado de dichos términos abarca también disputa con palabras, resistir pasivamente, es decir, sin violencia, sujetarse a un régimen para vencer algo (pasiones, deseos carnales, etc.). Pablo dice que nuestra lucha como creyentes no es contra carne y sangre. La lucha que afrontamos con Satanás es absolutamente espiritual (Ef.6:12), y nuestras mejor arma es la Palabra de Dios, que es la espada del Espíritu (Ef.6:17). Pablo dice que aunque andamos en la carne, no militamos según la carne (2.Co.10:3), es decir, todo lo que pensemos que pueda ayudarnos, con la excepción de los decretos del Hacedor, para encarar a nuestros enemigos, cualquiera cosa que sea, será inútil categóricamente, ya que con armas materiales la lucha contra el Infierno está anticipadamente perdida con seguridad y nuestra salvación pudiera comprometerse peligrosamente. Nuestra lucha con el diablo se lleva a cabo en nuestra mente; sólo la Palabra de Dios nos dará la victoria al usarla correctamente contra él. Nuestras armas espirituales son de mortal peligro para Satanás porque con ellas destruimos los lazos y las cadenas que nos arrastran a la condenación, y es el modo de poder resistirlo contra sus ataques (2 Co.10:4, 5; Stg.4:7). En la Biblia no dice que los creyentes debemos de portar armas para defensa propia. Es más, el Señor Jesucristo reprendió con severidad y dura sentencia a Pedro por portar filosa espada y usarla violentamente en su defensa en el Gestemaní, al cortarle la oreja a Malco, un siervo del alto sacerdote (y tengan por seguridad que el golpe de la espada no se dirigía a la oreja de Malco, sino probablemente al cuello o la cabeza. ¡Vaya potencial asesino cargaba el apóstol Pedro!):
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«Pero uno de los que estaban con Jesús, extendiendo la mano, saco su espada, e hiriendo a un siervo del sumo sacerdote, le quitó la oreja. Entonces Jesús le dijo: Vuelve tu espada a su lugar; porque todos los que tomen espada, a espada perecerán» (Mt.26:51, 52).
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De acuerdo a la perspectiva humana, la intención parece buena, pero por otro lado, Cristo reprende duramente el acto violento de su impulsivo apóstol, a pesar de ser puramente defensivo.
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El carácter del verdadero cristiano, de acuerdo a las Escrituras, nunca deberá ser violento, ni para defensa, ni para ofensa, sino todo lo contrario, todo un ser apacible. De la siguiente manera, afirmamos lo que escribimos:
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«Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra». . . (Mt.5:39).
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La Biblia es clara en lo que concierne en amar y bendecir a nuestros enemigos. No dice que debemos contender con quienes nos atacan y aborrecen. Aunque parezca insólito, la Escritura dice que debemos orar aún por ellos, nos guste o no: La Biblia, lo determina de esa manera, de otro modo, para nosotros, no sería gratificante (Mt. 5:44):
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«Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos?» (Mt.5:5:46).
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Es contra la Palabra de Dios resistir con armas destructivas humanas a nuestros activos oponentes que intenten agredirnos físicamente, porque el hecho habrá de terminar, como lo sabemos perfectamente bien, en un conflicto aún más violento («la violencia genera más violencia»). Es obligado para el creyente seguir el mandato divino, para su propio bienestar espiritual, que es sobre toda carnalidad próspera. El siguiente versículo dice que debemos de despreciar nuestras vidas hasta la muerte. La lucha, la batalla del creyente, fue ganada ya con la Sangre del Cordero (Haciéndolo más que vencedor, de acuerdo a Ro.8:37):
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«Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte» (Ap.13:11).
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Para terminar, exhorto a seguir el ejemplo de anti violencia que el mismo Señor Jesucristo nos dejó, ejemplo que es expresado en la pluma del apóstol Pedro en su primera carta, que al seguirlo, indudablemente, seremos gratamente aprobados por Dios:
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«Pues para estos fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente. . . » (1 P. 2: 21, 22, 23).
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Dios les bendiga siempre.
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Fin de la primera parte.