Por el Dr. Javier Rivas Martínez (MD)
La confesión auricular de la iglesia romanista católica para “el perdón de los pecados”, jamás ha sido una práctica recomendada por Dios en su Palabra, sino que fue inspirada de los misterios babilónicos antiguos. La reina Semiramis, esposa y madre de Nimrod, originó una confesión herméticamente secreta entre personas escogidas con el fin de saber si eran dignas y propicias para la profesión sacerdotal religiosa, en la tierra de Sinar (Gen. 11:2). De allí, de Babilonia, se extendió después por todo el mundo. En el Templo de Delfos, los griegos en general fueron emprendidos en los misterios paganos, ordenándoseles a permanecer en silencio en cuanto a los dogmas y arcanos en los que eran enseñados. De igual modo, esto se dio en Media y Persia, en la nación de Egipto, en Roma, mucho antes del erguimiento de la Iglesia del Señor.
La confesión auricular realizada por los clericos de la Iiglesia Papal, es un variante o remodelación de la confesión secreta de los misterios paganos y religiosos de Babilonia. Así qué por este “medio”, la “condonación” (absolución) de los pecados es consumada por el hecho de confesarse los pecados a una persona (sacerdote) que está “autorizada” por Dios para proporcionar su perdón, pero por otro lado, con plena ambiguedad, dicho “medio” discrepa con sideral amplitud con su Palabra.
El indulto de pecados se establece, de acuerdo a la Biblia, por confesarlos a Dios, el Padre Celestial, y no a ciertas personas supuestamente facultadas para perdonarlos. Esta es una monstruosa y retorcida mentira. Prueba está, en Lc. 18:13, 14. El publicano recibe el perdón de Dios con el solo hecho, arrepentido, de pedírselo:
«Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido» (Lc. 18:13, 14).
La Biblia es tan nítida al decir que «debemos confesar nuestras ofensas los unos con otros», ciertamente, a los que hemos ofendido, y pedirle perdón a Dios, a parte, por estos “inconvenientes” cometidos (Stg. 5:16; véase adémas Mt. 5:23, 24). Esto no tiene ninguna relación o afinidad con el perdón de los pecados a través de “mediadores” humanos que son caídos, malignos e impredecibles, como son los clericos católicos del pútrido sistema romano apóstata y diabólico; y para que no se ofendan ni respinguen, como cada ser humano que mora en este sórdido, miserable y enfermo mundo que no tarda en ser renovado de su gruesa podredumbre a causa de las iniquidades, en la Parusía del glorioso Cristo.
Únicamente es a Dios a Quien se le debe «pedir perdón» por las culpas y faltas cometidas.
Únicamente el Señor y Dios nuestro está capacitado (no los hombres imperfectos y depravados) para hacerlo, y es obvio por lo que es: un Ser Santo y eternamente Inmaculado:
Tengan en mente siempre hermanos y amigos, el próximo texto:
«Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo (DIOS) para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad» (1 Jn. 1:19).
Gracias, y que Dios siga bendiciéndolos.
La confesión auricular de la iglesia romanista católica para “el perdón de los pecados”, jamás ha sido una práctica recomendada por Dios en su Palabra, sino que fue inspirada de los misterios babilónicos antiguos. La reina Semiramis, esposa y madre de Nimrod, originó una confesión herméticamente secreta entre personas escogidas con el fin de saber si eran dignas y propicias para la profesión sacerdotal religiosa, en la tierra de Sinar (Gen. 11:2). De allí, de Babilonia, se extendió después por todo el mundo. En el Templo de Delfos, los griegos en general fueron emprendidos en los misterios paganos, ordenándoseles a permanecer en silencio en cuanto a los dogmas y arcanos en los que eran enseñados. De igual modo, esto se dio en Media y Persia, en la nación de Egipto, en Roma, mucho antes del erguimiento de la Iglesia del Señor.
La confesión auricular realizada por los clericos de la Iiglesia Papal, es un variante o remodelación de la confesión secreta de los misterios paganos y religiosos de Babilonia. Así qué por este “medio”, la “condonación” (absolución) de los pecados es consumada por el hecho de confesarse los pecados a una persona (sacerdote) que está “autorizada” por Dios para proporcionar su perdón, pero por otro lado, con plena ambiguedad, dicho “medio” discrepa con sideral amplitud con su Palabra.
El indulto de pecados se establece, de acuerdo a la Biblia, por confesarlos a Dios, el Padre Celestial, y no a ciertas personas supuestamente facultadas para perdonarlos. Esta es una monstruosa y retorcida mentira. Prueba está, en Lc. 18:13, 14. El publicano recibe el perdón de Dios con el solo hecho, arrepentido, de pedírselo:
«Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido» (Lc. 18:13, 14).
La Biblia es tan nítida al decir que «debemos confesar nuestras ofensas los unos con otros», ciertamente, a los que hemos ofendido, y pedirle perdón a Dios, a parte, por estos “inconvenientes” cometidos (Stg. 5:16; véase adémas Mt. 5:23, 24). Esto no tiene ninguna relación o afinidad con el perdón de los pecados a través de “mediadores” humanos que son caídos, malignos e impredecibles, como son los clericos católicos del pútrido sistema romano apóstata y diabólico; y para que no se ofendan ni respinguen, como cada ser humano que mora en este sórdido, miserable y enfermo mundo que no tarda en ser renovado de su gruesa podredumbre a causa de las iniquidades, en la Parusía del glorioso Cristo.
Únicamente es a Dios a Quien se le debe «pedir perdón» por las culpas y faltas cometidas.
Únicamente el Señor y Dios nuestro está capacitado (no los hombres imperfectos y depravados) para hacerlo, y es obvio por lo que es: un Ser Santo y eternamente Inmaculado:
Tengan en mente siempre hermanos y amigos, el próximo texto:
«Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo (DIOS) para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad» (1 Jn. 1:19).
Gracias, y que Dios siga bendiciéndolos.