Por el Dr. Javier Rivas Martínez (MD)
«Y todos los que sobrevivieren de las naciones que vinieron contra Jerusalén, subirán de año en año para adorar al Rey, a Jehová de los ejércitos, y a celebrar la fiesta de los tabernáculos» (Zac. 14:16).
Con la venida del Hijo del Hombre al mundo por segunda vez, se cumplen las preciosas promesas del Reino milenario de Cristo, el Mesías profetizado en el Antiguo Testamento por los hombres de Dios, y de la Herencia terrenal venidera, con cada una de las bendiciones maravillosas que ella acarrea. Tales promesas fueron hechas por Dios al patriarca Abraham, en la antigüedad (Gn.12:3; 13:14,15; 17:7, 8). Estas increíbles promesas sólo se otorgarán a aquellas personas en que la salvación (que será su ingreso al Reino de Dios futuro) pueda lograrse, es decir, a aquellas merecedoras que permanecieron dignas y obedientes a Dios y a su Hijo Jesucristo (Jn. 3:16; Ro. 5:9-11; 8:24, 25;1 P. 1:5; Stg. 1:12). De esa manera, la Soberana voluntad de Dios se manifestará con plenitud, según sus buenos própositos determinados desde la «eternidad» (Mi.5:2). Así que Cristo regresará a la tierra visible y corporlamente (Lc. 21:27; Hech. 1:11; Ap. 1:7), para sentarse en el Trono de David su padre (Lc.1:32, 33). Dios instalará un Reino en el mundo para que su Hijo sobre este Trono lo reine con paz, con justicia perfecta y equidad santa (Is. 9:7), por mil años literales (Ap.20:4, 6). Cuando estos mil años concluyan, Cristo entregará entonces el Cetro de Poder a su Dios y Padre celestial (1 Co. 15:24, 25).
El premilenarismo fue conciliado, antes que nada, en la Iglesia Prístina. Los discípulos, como el mismo Señor Jesucristo, mantuvieron siempre firme la creencia judía de un Reino mesiánico literal y futuro al inicio del primer siglo de la era actual. Posteriormente, aun en este primer siglo, Clemente de Roma, quien es mencionado en la Epístola a los Filipenses por el apóstol Pablo( Fil. 4:3), Bernabé, Hermas, Ignacio de Antioquía, Policarpo de Esmirna, discípulo del apóstol Juan, Papías en Heriápolis, sustentaron el concepto premilenarista que fue radicalmente deformado por la abigarrada interpretación alegórica.
El problema se sucitó, cuando muchos no acordaron con las «bendiciones y premios terrenales» que este punto de vista genuino proclamaba. Los opositores consideraron la cuestión como algo meramente “carnal” que antagonizaba con la naturaleza espirtual de las Escrituras, pero a la verdad, lo que únicamente consiguieron fue distorsionar con sus sincréticas y pervertidas ideas el sentido espiritual correcto de la Palabra de Dios por uno absolutamente místico y fantasioso. Con Agustín de Hipona, el premilenarismo fue hecho a un lado y el amilenarismo, con su desacertado método espiritualizador, tomó su lugar. Tiempo después, con la Reforma, el amilenarismo se manifestó de excéntricas maneras, y en estos tiempos modernos su influencia se ha destacado bastante, siendo muy común el día de hoy en un buen número de iglesias evengélico protestantes. Con la Reforma, sus defensores se centraron más en las doctrinas soteriológicas, descuidando los dogmas escatológicos de tanta importancia y trascendencia. El amilenarismo de Agustín no fue cuestionado en este sentido, y los reformadores lo conservaron con relajada confianza.
Fue Orígenes el que estableció la base del método alegórico y Agustín, a través de esta forma indebida de interpretación, elaboró una catadura mística, exageradamente confabulada, de la verdadera naturaleza del milenio literal. Del pensamiento agustiniano surge el dogma amilenario que tuvo notable predominio en el catolicismo romano apóstata. Y esto, no quedó así: muchos de los reformadores lo abrigaron con sus modificaciones hechas junto con otras enseñanzas planteadas por San Agustín de Hipona.
Las Escrituras garantizan con una cuantiosa cantidad de textos la literalidad de las profecías mesiánicas que se cristalizarán en un mundo renovado de antemano, según lo establecido antes de la fundacion del mundo por el Dios Soberano y Creador de todas las cosas. Veamos, pues:
Los ángeles del cielo anunciaron la segunda venida visible de Cristo al mundo (Hech. 1:11). Cristo dijo que los muertos oirán su voz (Jn. 5:28). El Señor Jesucristo anunció en su ministerio terreno que vendría al mundo nuevemente (Lc. 21:27). Pablo predijo que Cristo vendría en «llama de fuego» (2 Ts. 1:8). El Hijo del Hombre vendrá al mundo sobre las nubes del cielo en poder y gloria (Mt. 24:30; 1 P. 1:7; 4:13). El apóstol Juan dijo con respecto a Cristo que «todo ojo le verá» (Ap.1:7). Pablo profetizó que Cristo en su venida mataría al Antricristo, «el hijo de perdición» (2 Ts. 2:8). Cristo en su arribo visible al mundo se sentará en su Trono de gloria (Mt. 25:31; Ap. 5:13) para reunir y juzgar a todas las naciones de la tierra (Mt. 25:32). Cristo tomará el Trono Davídico en el mundo (Is. 9:6, 7; Lc. 1:32; Ez. 21:25-27; Jer. 23: 5, 6). Daniel predice que Cristo tendrá un Reino (Dn. 7:13, 14). Cristo reinará con sus santos creyentes (Dn. 7:18-27; Ap. 5:10). La Biblia dice que los reyes y naciones del mundo le servirán al Mesías (Sal. 72:11; Is. 49:6, 7; Ap. 15:4), que los reinos de este mundo vendrán a ser su Reino (Zac. 9:10; Ap. 11:15), que los pueblos de la tierra se reunirán ante él (Gn. 49:10), que en su regreso al mundo «toda rodilla se doblará» (Is. 45:23; Fil. 2:10). El Trono de Cristo será establecido en Jerusalén, en la Teocracia milenaria (Jer. 3:17; Is. 33:20, 21). Cristo gobernará a las naciones de la tierra con justicia y equidad ( Sal. 2:8, 9; Ap. 2:27; Sal. 9:8).
Y con respecto a la era milenaria y terrenal:
El Templo será reedificado en Sion, en Jerusalén (Ez. 40:48). En este Templo, la gloria del Señor se manifestará (Ez. 43:2-5; 44:4). El árido desierto se tornará fértil campo (Is. 32:15), y florecerá (Is. 35:1, 2).
Por lo tanto, para que cada uno de estos textos, de otros más que existen, tenga su debido cumplimiento, se requiere necesariamente de la segunda venida personal de Jesucristo en el mundo: el suceso más imporante y esperado por todo verdadero creyente (Tit. 2:13).
Por medio de Cristo, las promesas dadas a Abraham, a Issac y a Jacob, podrán consumarse en la tierra, cuando ésta sea regenerada en su totalidad por la virtud de Dios (Mt. 19:28).
Diso les bendiga siempre, hermanos y amigos de un servidor.
«Y todos los que sobrevivieren de las naciones que vinieron contra Jerusalén, subirán de año en año para adorar al Rey, a Jehová de los ejércitos, y a celebrar la fiesta de los tabernáculos» (Zac. 14:16).
Con la venida del Hijo del Hombre al mundo por segunda vez, se cumplen las preciosas promesas del Reino milenario de Cristo, el Mesías profetizado en el Antiguo Testamento por los hombres de Dios, y de la Herencia terrenal venidera, con cada una de las bendiciones maravillosas que ella acarrea. Tales promesas fueron hechas por Dios al patriarca Abraham, en la antigüedad (Gn.12:3; 13:14,15; 17:7, 8). Estas increíbles promesas sólo se otorgarán a aquellas personas en que la salvación (que será su ingreso al Reino de Dios futuro) pueda lograrse, es decir, a aquellas merecedoras que permanecieron dignas y obedientes a Dios y a su Hijo Jesucristo (Jn. 3:16; Ro. 5:9-11; 8:24, 25;1 P. 1:5; Stg. 1:12). De esa manera, la Soberana voluntad de Dios se manifestará con plenitud, según sus buenos própositos determinados desde la «eternidad» (Mi.5:2). Así que Cristo regresará a la tierra visible y corporlamente (Lc. 21:27; Hech. 1:11; Ap. 1:7), para sentarse en el Trono de David su padre (Lc.1:32, 33). Dios instalará un Reino en el mundo para que su Hijo sobre este Trono lo reine con paz, con justicia perfecta y equidad santa (Is. 9:7), por mil años literales (Ap.20:4, 6). Cuando estos mil años concluyan, Cristo entregará entonces el Cetro de Poder a su Dios y Padre celestial (1 Co. 15:24, 25).
El premilenarismo fue conciliado, antes que nada, en la Iglesia Prístina. Los discípulos, como el mismo Señor Jesucristo, mantuvieron siempre firme la creencia judía de un Reino mesiánico literal y futuro al inicio del primer siglo de la era actual. Posteriormente, aun en este primer siglo, Clemente de Roma, quien es mencionado en la Epístola a los Filipenses por el apóstol Pablo( Fil. 4:3), Bernabé, Hermas, Ignacio de Antioquía, Policarpo de Esmirna, discípulo del apóstol Juan, Papías en Heriápolis, sustentaron el concepto premilenarista que fue radicalmente deformado por la abigarrada interpretación alegórica.
El problema se sucitó, cuando muchos no acordaron con las «bendiciones y premios terrenales» que este punto de vista genuino proclamaba. Los opositores consideraron la cuestión como algo meramente “carnal” que antagonizaba con la naturaleza espirtual de las Escrituras, pero a la verdad, lo que únicamente consiguieron fue distorsionar con sus sincréticas y pervertidas ideas el sentido espiritual correcto de la Palabra de Dios por uno absolutamente místico y fantasioso. Con Agustín de Hipona, el premilenarismo fue hecho a un lado y el amilenarismo, con su desacertado método espiritualizador, tomó su lugar. Tiempo después, con la Reforma, el amilenarismo se manifestó de excéntricas maneras, y en estos tiempos modernos su influencia se ha destacado bastante, siendo muy común el día de hoy en un buen número de iglesias evengélico protestantes. Con la Reforma, sus defensores se centraron más en las doctrinas soteriológicas, descuidando los dogmas escatológicos de tanta importancia y trascendencia. El amilenarismo de Agustín no fue cuestionado en este sentido, y los reformadores lo conservaron con relajada confianza.
Fue Orígenes el que estableció la base del método alegórico y Agustín, a través de esta forma indebida de interpretación, elaboró una catadura mística, exageradamente confabulada, de la verdadera naturaleza del milenio literal. Del pensamiento agustiniano surge el dogma amilenario que tuvo notable predominio en el catolicismo romano apóstata. Y esto, no quedó así: muchos de los reformadores lo abrigaron con sus modificaciones hechas junto con otras enseñanzas planteadas por San Agustín de Hipona.
Las Escrituras garantizan con una cuantiosa cantidad de textos la literalidad de las profecías mesiánicas que se cristalizarán en un mundo renovado de antemano, según lo establecido antes de la fundacion del mundo por el Dios Soberano y Creador de todas las cosas. Veamos, pues:
Los ángeles del cielo anunciaron la segunda venida visible de Cristo al mundo (Hech. 1:11). Cristo dijo que los muertos oirán su voz (Jn. 5:28). El Señor Jesucristo anunció en su ministerio terreno que vendría al mundo nuevemente (Lc. 21:27). Pablo predijo que Cristo vendría en «llama de fuego» (2 Ts. 1:8). El Hijo del Hombre vendrá al mundo sobre las nubes del cielo en poder y gloria (Mt. 24:30; 1 P. 1:7; 4:13). El apóstol Juan dijo con respecto a Cristo que «todo ojo le verá» (Ap.1:7). Pablo profetizó que Cristo en su venida mataría al Antricristo, «el hijo de perdición» (2 Ts. 2:8). Cristo en su arribo visible al mundo se sentará en su Trono de gloria (Mt. 25:31; Ap. 5:13) para reunir y juzgar a todas las naciones de la tierra (Mt. 25:32). Cristo tomará el Trono Davídico en el mundo (Is. 9:6, 7; Lc. 1:32; Ez. 21:25-27; Jer. 23: 5, 6). Daniel predice que Cristo tendrá un Reino (Dn. 7:13, 14). Cristo reinará con sus santos creyentes (Dn. 7:18-27; Ap. 5:10). La Biblia dice que los reyes y naciones del mundo le servirán al Mesías (Sal. 72:11; Is. 49:6, 7; Ap. 15:4), que los reinos de este mundo vendrán a ser su Reino (Zac. 9:10; Ap. 11:15), que los pueblos de la tierra se reunirán ante él (Gn. 49:10), que en su regreso al mundo «toda rodilla se doblará» (Is. 45:23; Fil. 2:10). El Trono de Cristo será establecido en Jerusalén, en la Teocracia milenaria (Jer. 3:17; Is. 33:20, 21). Cristo gobernará a las naciones de la tierra con justicia y equidad ( Sal. 2:8, 9; Ap. 2:27; Sal. 9:8).
Y con respecto a la era milenaria y terrenal:
El Templo será reedificado en Sion, en Jerusalén (Ez. 40:48). En este Templo, la gloria del Señor se manifestará (Ez. 43:2-5; 44:4). El árido desierto se tornará fértil campo (Is. 32:15), y florecerá (Is. 35:1, 2).
Por lo tanto, para que cada uno de estos textos, de otros más que existen, tenga su debido cumplimiento, se requiere necesariamente de la segunda venida personal de Jesucristo en el mundo: el suceso más imporante y esperado por todo verdadero creyente (Tit. 2:13).
Por medio de Cristo, las promesas dadas a Abraham, a Issac y a Jacob, podrán consumarse en la tierra, cuando ésta sea regenerada en su totalidad por la virtud de Dios (Mt. 19:28).
Diso les bendiga siempre, hermanos y amigos de un servidor.