EN DEFENSA DE LA FE CRISTIANA

Buscamos difundir las doctrinas bíblicas que consideramos verdaderas, tales como el unitarismo, el evangelio del reino de Dios, la fe en Jesús como el Cristo y en su sacrificio vicario, el bautismo por inmersión, el diablo y sus demonios como ángeles caídos, la segunda venida personal y post tribulacional de Cristo, la resurrección de los muertos, la restauración del Israel nacional, la iglesia de los santos, el milenio en la tierra, la destrucción eterna de los impíos, y la vida eterna.

lunes, 31 de octubre de 2011

RECOBRANDO LA PERSPECTIVA BIBLICA

Por Sir A. Buzzard (maestro y cristiano unitario)
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SI LA SOCIEDAD SEGLAR CONTEMPORÁNEA ha mantenido un interés vacilante en alguna sección de la religión, es seguramente en la pregunta de la vida después de la muerte sólo para proveer de respuestas a los jovenzuelos inquisidores. ¡La fe en la realidad de la vida más allá de la tumba parece ser vacilante, desde que un artículo en la revista NOW de diciembre de1979 citó la asombrosa estadística de que 50 % de los que afirman ser Cristianos y miembros practicantes de la iglesia de Inglaterra no creen en una vida después de la muerte! Y no obstante, en los términos del Nuevo Testamento, la Cristiandad sin una creencia en la otra vida representa una contradicción absurda. Ciertamente, la tendencia para dudar de la resurrección futura de los fieles evocó una cierta cantidad de palabras muy enérgicas de Pablo.
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Para la iglesia en Corinto él escribió:
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Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; y que apareció a Cefas, y después a los doce. Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún, y otros ya duermen. Después apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles; y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí. Porque o sea yo o sean ellos, así predicamos, y así habéis creído. Pero si se predica de Cristo que resucitó de los muertos, ¿cómo dicen algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos? Porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe. Y somos hallados falsos testigos de Dios; porque hemos testificado de Dios que él resucitó a Cristo, al cual no resucitó, si en verdad los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados. Entonces también los que durmieron en Cristo perecieron. Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres. (1 Cor. 15:3-8, 11-19).


Es innegable que este pasaje contiene un anillo de autoridad y un peso de convicción tristemente carente en mucha de la escritura teológica contemporánea. Para los Cristianos primitivos, fue la validez absoluta del hecho de que Cristo había aparecido vivo después de su muerte a testigos confiables, que formó la misma base de su fe. Sugerir que Cristo no había sido resucitado habría sido convertir en sin sentido toda la aventura Cristiana. Igualmente seria fue la insinuada acusación de que los apóstoles propagaban un peligroso engaño, porque la resurrección de Cristo, como un irrecusable hecho histórico presenciado por aquellos que "comieron y bebieron con El después de que El resucitó de la tumba" (Hechos 10:41), proveyó el afianzamiento de que los seguidores de Cristo también vivirían otra vez después de la muerte, o que ciertamente escaparían de la muerte completamente, si sobrevivieran hasta el regreso de Cristo. Así, para Pablo, la idea del Cristianismo sin el hecho pasado de la resurrección de Cristo, y el hecho futuro de la resurrección de los fieles, habría sido el último absurdo. Todos los escritores del Nuevo Testamento comparten esta inconmovible convicción.

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En las mentes de los escritores del Nuevo Testamento, la creencia en la vida después de la muerte estaba inseparablemente ligada con una doctrina de las "últimas cosas" (la escatología)que es ahora muy poco familiar para el feligrés común. El eminente erudito del Nuevo Testamento, J.A.T. Robinson, indica que el esquema escatológico del Nuevo Testamento ha sido "simplemente descartado silenciosamente sin tanto así como una protesta seria desde adentro del campo eclesiástico. Para el pensamiento contemporáneo, hoy la doctrina Cristiana de las últimas cosas está muerta, y nadie aún se ha molestado en enterrarla (In The End God, p. 27).
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Ésta es una admisión asombrosa. ¡Es equivalente a decir que un elemento esencial de la fe original ha sido dejado caer, y ninguno aún parece haberse dado cuenta de su pérdida! La realidad es que el Cristianismo Apostólico, sin su doctrina muy distintiva de los "tiempos finales", es irreconocible. Todo el Nuevo Testamento se tensa hacia el momento cuando Cristo regresará en la historia para establecer su Reino en la tierra. La religión contemporánea, si esperaalgo del todo, espera que el creyente experimente una presencia inmediata en el cielo en el momento de la muerte.

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Una distorsión seria del Cristianismo del Nuevo Testamento ocurre cuando la doctrina central de la resurrección en "el fin" es expulsada a favor de la supervivencia personal en el así llamado "estado intermedio", porque la resurrección es la premisa mayor del Cristianismo. La singularidad de la fe recae sobre la importancia absoluta que atribuye a la resurrección. Estamos aquí en el quid del problema presentado por los puntos de vista contemporáneos de la vida futura. La pregunta que los maestros y los predicadores de la Escritura deben tomar en serio es hasta dónde hemos abandonado la doctrina Bíblica de la resurrección. Debe ser admitido que nuestra noción tradicional de “ir al cielo cuando tú mueras" mantiene sólo un enlace tenue con la resurrección, si, de hecho, no lo convierte en completamente superfluo.

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Es el propósito de este estudio demostrar que el Nuevo Testamento presenta una enseñanza esencialmente simple y coherente acerca de la vida después de la muerte dentro del contexto de la enseñanza relatada del regreso de Cristo (la Parusía). Separar estos dos temas es imposible en los términos del Nuevo Testamento, y el fracaso para ver la conexión entre ellos inevitablemente conduce a un malentendido de la perspectiva Cristiana primitiva.
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Para poner la materia en términos francos, el Nuevo Testamento ofrece la simple proposición, en contraste con la tradición popular, de que todos los muertos están realmente muertos, inconscientes, "dormidos", esperando una resurrección a la vida que ocurrirá en un momento específico de la historia futura. La teología tradicional ha substituido una escatología individual por la escatología corporativa del Nuevo Testamento y, al enfatizar el momento de la muerte, ha convertido la doctrina central del Nuevo Testamento de la resurrección en casi redundante. Pues si los fieles muertos están ahora en el "cielo" con Cristo, ¿qué posible significado puede haber en su resurrección futura de la tumba? Y si los malvados ya están siendo castigados, ¿qué sentido tiene una resurrección futura para juicio? El Nuevo Testamento no tiene que afrontar estos problemas. Se ocupa sólo de un "despertar" a la resurrección de vida como una experiencia corporativa, en el cual todos los fieles muertos del Antiguo y Nuevo Testamentos participan en el mismo momento de tiempo futuro. El Nuevo Testamento de hecho enseña dos resurrecciones. La primera parte involucra sólo al Cristiano, a ocurrir en el regreso de Cristo. La segunda incluye todo "el resto de los muertos en el final del milenio (Rev. 20:1-6; 1 Cor. 15:23).

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Lamentablemente el Nuevo Testamento ha sido leído, y continúa siendo leído, con un esquema completamente diferente en mente. Influenciado por la incuestionable suposición de que el hombre es una combinación de cuerpo y de alma consciente separable, el lector común trata de superponer sobre los documentos del Nuevo Testamento la idea popular poco bíblica de que los muertos están, en el momento de la muerte, inmediatamente conscientes en el cielo o en el infierno. Aún, asombrosamente, como J.A.T. Robinson correctamente indica:

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"En ningún lugar de la Biblia, el cielo es el destino del moribundo (In The End God, p. 105).

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En la recaptura del punto de vista Cristiano original sobre la muerte y la doctrina de "últimas cosas," el estudiante del Nuevo Testamento estará facultado para participar más directamente en la mente apostólica, la cual el Nuevo Testamento nos enseña a reconocer como la mente de Cristo mismo. Ciertamente es razonable suponer que las escrituras de Pablo representan el auténtico punto de vista Cristiano, porque muchos de los propios discípulos de Cristo fueron los contemporáneos de Pablo y él podría tener verificadas sus enseñanzas en el tema habiendo consultado con ellos. Al establecer el punto de vista del Nuevo Testamento, será restaurado el énfasis correcto para la resurrección en la Parusía (la segunda venida), habiendo sido toda esta perspectiva casi erradicada por la creencia tradicional.

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Será útil citar además del libro de John Robinson, At the End God, en apoyo de la proposición general hasta acá adelantada, que el punto de vista del Nuevo Testamento del estado de los muertos y de "últimas cosas" está en discordia total con la creencia contemporánea. En cierta forma este hecho no ha alcanzado el púlpito, mucho menos a la banca de la iglesia (al menos en la iglesia de Inglaterra), aunque escritores en la teología del Nuevo Testamento hacen muy clara la problemática:

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El interés del hombre moderno en la escatología Cristiana, si es que él tiene algún interés del todo, se centra en el hecho y en el momento de la muerte. Él quiere saber si sobrevivirá, y en qué forma; él quiere saber lo que debe esperar "en el otro lado", cómo será el cielo, si hay tal lugar como el infierno, etcétera. Pero causa un gran impacto emocional darse cuenta cuán foránea es esta perspectiva, que la tomamos por cierta, para todo el cuadro del Nuevo Testamento, en el cual supuestamente se basa la Cristiandad (In The End God, p. 42).
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El lector quizá estará de acuerdo que ésta es una declaración justa de su propia experiencia. Recuerdo que como niño me contaron sobre la muerte de mi abuelo. Recuerdo bien que pensaba en el momento en que mi abuelo debía estar con Dios. Muy poco sabía de que había aceptado una creencia popular al respecto, y no, por cierto, una enseñanza del Cristianismo del primer siglo.

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La importancia de las palabras del Dr. Robinson, "en la que se basa supuestamente la Cristiandad", no puede ser sobreestimada, porque ellas sugieren un hecho notable de que la creencia tradicional y la enseñanza del Nuevo Testamento son muy diferentes, y en un asunto tan fundamental para toda la Cristiandad. ¿Cuál, entonces, es la posición del Nuevo Testamento? Porque en el Nuevo Testamento, el punto alrededor del cual la esperanza y el interés giran no es en absoluto el momento de la muerte, sino el día de la Parusía, o la aparición de Cristo en la gloria de su Reino. El centro del interés y de la expectativa continuadas, a través del Nuevo Testamento, es enfocado en el día del Hijo de hombre y del triunfo de su Reino en una tierra renovada. Era el Reino del Señor Jesús con todos sus santos que comprometieron los pensamientos y oraciones de los Cristianos, no su propia perspectiva más allá de la tumba. La esperanza fue social, y fue histórica. Pero tan temprano como el segundo siglo dC comenzó un cambio en el centro de gravedad que conduciría por las Edades Medias a una doctrina muy diferente. Mientras que en el pensamiento Cristiano primitivo el momento de deceso del individuo estaba completamente subordinado al gran día del Señor y al juicio final, en el pensamiento posterior es la hora de muerte que se vuelve decisiva (In the End God, pp. 42, 43, énfasis añadido).
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El punto significativo es que el cambio radical en el pensamiento ocurrió casi tan pronto como los documentos del Nuevo Testamento, que registran la fe apostólica, habían sido completados. La razón para el cambio, que a su debido momento condujo a una "doctrina muy diferente", ha sido correctamente adscrita por los eruditos a la introducción de las ideas helénicas (i.e, Griegas) acerca de la naturaleza del alma que van realmente en contra de los puntos de vista Bíblicos Hebraicos. Es esencial que el estudiante contemporáneo se dé cuenta de que él ha heredado, probablemente sin cuestionamiento, el punto de vista Helénico poco bíblico. Si él tiene el deseo de basar su fe en Cristo y los apóstoles, este punto de vista helénico debe irse.

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Ciertamente, hay advertencias solemnes dentro de las páginas del Nuevo Testamento en contra de la introducción de ideas doctrinales que se traducirían en un culto vano, si bien Cristo y Dios siguen permaneciendo el objeto de esa adoración:
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"En vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres" (Mat. 15:9); "habéis invalidado el mandamiento de Dios por vuestra tradición" (Mat. 15:6). ¡Son muchos los que en el día del regreso de Cristo protestarán que han estado predicando en el nombre de Cristo sólo para descubrir que su trabajo nunca había sido reconocido por Cristo! "muchos me dirán a mí en aquel día, ’Señor, Señor, no hemos profetizado en tu nombre, y en tu nombre hemos expulsado demonios, y en tu nombre hemos hecho muchas obras maravillosas?’ Y entonces Yo les profesaré a ellos, nunca os conocí: Apártense de mí, ustedes, obradores de iniquidad (Mat.7:22, 23).

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Uno se pregunta si estas incómodas advertencias son tomadas en serio.

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El Punto de Vista Bíblico de la InmortalidadLa idea popular de que los buenos hombres van inmediatamente, por la muerte, al cielo; y los malos hombres, al "otro lugar", se funda en la doctrina Helénica que sostiene que el hombre tiene un alma inmortal, el cual, por definición, no puede estar sujeto a la muerte. En los términos Bíblicos, no obstante y la Escritura en este punto es muy coherente desde el Génesis hasta el Apocalipsis los seres humanos no son inmortales por naturaleza. Ciertamente, el término "alma" es utilizado como el equivalente de ser viviente o "persona," como sujeto a la muerte.

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Sería más correcto decir que el hombre es un alma, no que él tiene un alma. Los animales están también descritos como almas, y las almas en general pueden estar muertas (Num. 6:6, Hebreo original). Las siguientes citas bastarán a manera de introducción para nuestro tema para ilustrar el punto de que en el pensamiento Hebraico el alma es mortal, y esa inmortalidad es poseída sólo por Dios, y no intrínsecamente por el hombre:
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Ezequiel 18:4, 20: "El alma que pecare, morirá".
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Romanos 2:6: "Los que perseverando en el bien hacer buscan gloria, honra e inmortalidad".

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1 Timoteo 6:15, 16: "El Señor de señores, quien sólo tiene inmortalidad".

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2 Timoteo 1:10: "Cristo, quien sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio".
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Semejante enseñanza es, como J.A.T. Robinson dice, "teológicamente de lo más común, pero asombrosamente poco familiar... Porque es todavía una creencia casi universalmente apreciada que la inmortalidad del alma es una tesis de la fe Cristiana, a pesar de que estriba en suposiciones teológicas que están fundamentalmente en discordia con la doctrina Bíblica de Dios y del hombre" (In The End God, p. 91, énfasis mío). Consistente con su punto de vista de la naturaleza del hombre, la Biblia describe el estado de los muertos en ambos Testamentos en los términos que un niño no tendría dificultad en asir:

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Salmo 13:3: "Alumbra mis ojos, no sea que duerma el sueño de la muerte".

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Salmo 6:5: "Porque en la muerte no hay memoria de ti".
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Salmo 146:4: "Sale su aliento, regresa a la tierra; y en ese mismo día perecen sus pensamientos".

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Eclesiastés 9:5 "Pero los vivos saben que han de morir, pero los muertos nada saben".
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En el pensamiento más tardío del Antiguo Testamento la doctrina de una resurrección emerge claramente, pero es siempre una resurrección de los muertos (¡no de los vivos!) del sueño de la muerte, y ése es un acontecimiento escatológico, que ocurrirá en "el fin":

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Daniel 12:2: "Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetuas.".

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El Nuevo Testamento, que tiene sus raíces en el Antiguo Testamento, afirma la misma esperanza con el más grande énfasis:

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Juan 5:28, 29: "No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación".
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1 Corintios 15:22 23: "En Cristo todos serán vivificados. Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida.
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Enteramente en armonía con esta perspectiva están las declaraciones del Nuevo Testamento acerca de la presente condición de Abraham, David, y ciertamente de todos los héroes del Antiguo Testamento.

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Hebreos 11:13, 14: "Todos éstos murieron [Los héroes de la fe del AT] sin haber recibido lo prometido para que ellos no fuesen perfeccionados aparte de nosotros.

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Hechos 2:29, 34: "David está ambos, muerto y sepultado él no ha ascendido al cielo" (Pedro). Y por contraste con esta declaración, Hebreos 4:14: "Jesús, el Hijo de Dios, un gran
Sumo Sacerdote que traspasó los cielos".

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Es contrario a cualquier comprensión del significado de las palabras que los hombres que escribieron así, pudieron haber creído que esos héroes de la fe ya habían ido para recibir su recompensa "en el cielo". Ciertamente, Cristo mismo había dicho que "nadie ha subido al cielo" (Juan 3:13). Según el Nuevo Testamento, sólo Cristo aún ha sido resucitado para convertirse en "las primeros frutos de aquellos que durmieron" (1 Cor. 15:20). El mensaje coherente del Nuevo Testamento es que los muertos están ahora "dormidos", una metáfora que más naturalmente (y eufemísticamente) quiere decir que están por lo pronto inconscientes, en reposo, ignorantes del paso del tiempo, aguardando el gran momento hacia el cual todo el Nuevo Testamento se esfuerza, cuando los muertos deben ser resucitados y "cambiados en un abrir y cerrar de ojos, en la última trompeta" (1 Cor. 15:52).

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El punto de vista de la resurrección como un "despertar" del sueño de la muerte sólo en un tiempo futuro, hace justicia a las escrituras del Nuevo Testamento, y es el punto de vista fundado en la referencia clásica de la resurrección en Daniel 12:2, donde tenemos una descripción de la otra vida como "el sueño inconsciente seguido por la resurrección para regocijarse o lamentarse. (La Teología de Sn. Pablo D.E.H. Whiteley, p. 266). La idea Helénica de que el alma parte del cuerpo en la muerte es una contradicción lacónica del esquema del Antiguo y Nuevo Testamentos, y su introducción en el pensamiento Cristiano ha conducido a la confusión extrema. ¿Porque qué sentido puede hacerse de un esquema que coloca a cada Cristiano moribundo inmediatamente en el cielo en la muerte (aunque David "no ha ascendido en cielo"), sólo para tenerlo levantado de la tumba con todos sus semejantes en un tiempo futuro? Un intento para reconciliar los sistemas Hebraicos y Helénicos ha conducido a la idea de la resurrección sólo del cuerpo, que implica que el alma está ya “vivo”. Pero tal idioma es totalmente anti-bíblico. La Escritura en ninguna parte habla de la resurrección del cuerpo o de la carne. Habla sólo de la resurrección de los muertos. Está dicho específicamente, como ha sido mostrado, que David mismo, la persona entera, no está en el cielo, y que los muertos, no sus cuerpos solamente, están durmiendo en la tumba hasta la resurrección (cf. la palabra inglesa "cementerio" del griego koimeterion, "dormitorio"). ¡Es la resurrección de las personas muertas que predica el Nuevo Testamento, no la resurrección de los cadáveres! "La mayor parte de las distorsiones y disensiones que ha fastidiado a la Iglesia", comentó un Ex -Decano de York, "se ha levantado a través de la insistencia de las sectas o secciones de la comunidad Cristiana en el uso de palabras que no se encuentran en el Nuevo Testamento" (citado por Nigel Turner en Christian Words, p viii).

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El informe más completo de la expectativa del Nuevo Testamento de una resurrección futura de los fieles muertos, y la transformación de los fieles que sobreviven hasta la Parusía, es diseñada en 1 Tesalonicenses 4:13-18:

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Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él. Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras.

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Es claro de este pasaje que Pablo desea que los Tesalonicenses entiendan que aquellos que ya han muerto no estarán en ninguna en desventaja en comparación con aquellos vivos hasta la Parusía. Pero semejante comentario sería apenas sensato en la presunción de que Pablo hubiese creído que los muertos estaban ya en la "dicha" con Cristo. Ciertamente, en 1 corintios 15, él sostiene que a menos que haya una resurrección futura, aquellos que han muerto como Cristianos han perecido. Eso es simplemente falso si, de hecho, los muertos logran la inmortalidad o la conciencia en un estado intermedio, aparte de la resurrección. El punto de vista de Pablo es que
sólo la resurrección en el último día puede conferir la inmortalidad.

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Con estas consideraciones generales en mente procedemos a un examen más detallado de la definición del Antiguo Testamento de la naturaleza del hombre, y en particular, del uso del Antiguo Testamento de las palabras "alma" y "espíritu". Esto asegurará que más tarde nos acerquemos al Nuevo Testamento sustentando definiciones para esos términos correspondientes al pensamiento del mundo Hebreo, y no las definiciones ajenas importadas del sistema Platónico Griego.