EN DEFENSA DE LA FE CRISTIANA

Buscamos difundir las doctrinas bíblicas que consideramos verdaderas, tales como el unitarismo, el evangelio del reino de Dios, la fe en Jesús como el Cristo y en su sacrificio vicario, el bautismo por inmersión, el diablo y sus demonios como ángeles caídos, la segunda venida personal y post tribulacional de Cristo, la resurrección de los muertos, la restauración del Israel nacional, la iglesia de los santos, el milenio en la tierra, la destrucción eterna de los impíos, y la vida eterna.

miércoles, 9 de mayo de 2012

UN LLAMADO A UN RETORNO AL CRISTIANISMO DEL NUEVO TESTAMENTO

El Nuevo Testamento nos presenta con una doctrina esencialmente simple de la iglesia. Es la continuación de la congregación fiel de Israel, ahora compuesta de Judío y Gentil, y que disfruta de un status igual como parte del “Israel de Dios” espiritual (Gálatas 6:16). Los ciudadanos de esta comunidad deberán ser, según las palabras de Jesús, “no parte de este mundo” (Juan 5:19). Ellos deben estar separados y ser diferentes del mundo como embajadores del Reino de Dios (2 Corintios 5:20) y así manifestar la santidad del Dios quien los inspira a través de su espíritu.
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Uno de los aspectos más perturbadores y problemáticos del Cristianismo tradicional es su falla de poner en práctica los ideales de conducta exigidos por Jesús de sus seguidores. Estos están diseñados con claridad particular en el Sermón del Monte, donde están registrados los requerimientos para el discipulado. Los cristianos están ordenados a amar a sus opositores y a no resistir a las malas personas. Haciéndolo así ellos se ajustan a una nueva norma: Aquella de amar a sus enemigos (Mateo 5:38-48). En el pasado, señaló Jesús, era costumbre odiar a los enemigos nacionales de Israel (nunca había sido permitido odiar a un paisano Israelita enemigo). Bajo la ética Cristiana, sin embargo, los enemigos de toda clase deben ser amados y no resistidos. La incompatibilidad de esta enseñanza con la participación en las armas es obvia. Aun la teoría de la guerra justa, si pudiera ella ser reconciliada con la Escritura, es totalmente inadecuada bajo las condiciones modernas donde las armas nucleares amenazan las vidas de los combatientes y no combatientes igualmente.
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Más aún, la totalidad del conjunto de los cristianos deben ser reconocidos por el mundo como discípulos de Jesús por el amor que los une:
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“En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Jn 12:35).
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En esa comunidad vinculada por el amor, no habrá “ninguna distinción entre Griego y Judío, circuncidado y no circuncidado, bárbaro, escita, esclavo y libre” (Colosenses 3:11) y, debemos agregar, “Americanos, Rusos y Franceses Cristianos,” pero Cristo es todo en todos. La primera obvia implicación de esta enseñanza es que los Cristianos les es imposible estar envueltos en la matanza de sus hermanos en otras tierras, y es por tanto imperativo para ellos mismos separarse del uso de la violencia que inevitablemente los convierte en culpables de la sangre de sus colegas Cristianos en otras naciones, como también de sus enemigos. Es realmente monstruoso que los cristianos puedan pensar que ellos pueden continuar contemplando la destrucción masiva de sus hermanos espirituales, como ocurrió por ejemplo en la última guerra cuando incontables cantidades de Cristianos Luteranos en Alemania y Cristianos Británicos en Inglaterra tomaron cada uno las vidas de los otros.68 El único umbo posible consistente con las instrucciones de Jesús es “salir y estar preparado” y mantener el lazo del amor por el cual “todos los hombres los reconocerán como mis discípulos”.
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Manteniendo el ejemplo del Nuevo Testamento de la separación del estado, los cristianos serán genuinos en su estatus como embajadores residentes en un mundo extranjero y hostil, y serán testigos como una colonia del reino de Dios de la paz mundial que vendrá a la tierra cuando Cristo regrese a reinar.
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El regreso de los Cristianos a un estatus de “residentes extranjeros” en un mundo malo reflejará la gran verdad bíblica de que los creyentes son verdadera “simiente de Abraham” (Gál. 3;29). A Abraham le fueron prometidas la tierra y la distinguida simiente, que es Cristo (Gál. 3:6). La única semilla, el Mesías, incorpora a todos los verdaderos creyentes. Así la promesa de la tierra en perpetuidad (Gén. 13:15; 17:8), la herencia de Abraham, es también la herencia de Cristo y los santos:
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“Bienaventurados son los mansos, porque recibirán la tierra por heredad” (Mat. 5:5).
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 La tierra prometida, que corre como un hilo dorado a través del Antiguo Testamento, viene dentro el Nuevo Testamento como la herencia prometida del futuro Reino de Dios en la tierra (Cp. Rev. 5:10; Sal. 37:11).
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Los patriarcas vivieron como “extranjeros” en la tierra de la promesa (Heb. 11:9) y ellos murieron sin recibir la tierra prometida (Heb. 11:13,39). Es únicamente por la resurrección en ocasión del regreso de Cristo que los fieles de todas las edades, aquellos que son “de la de Abraham” (Rom. 4:16), lograrán la herencia prometida de la tierra, es decir, el Reino de Dios.
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Sir A. Buzzard, Teologo Unitario.