EN DEFENSA DE LA FE CRISTIANA

Buscamos difundir las doctrinas bíblicas que consideramos verdaderas, tales como el unitarismo, el evangelio del reino de Dios, la fe en Jesús como el Cristo y en su sacrificio vicario, el bautismo por inmersión, el diablo y sus demonios como ángeles caídos, la segunda venida personal y post tribulacional de Cristo, la resurrección de los muertos, la restauración del Israel nacional, la iglesia de los santos, el milenio en la tierra, la destrucción eterna de los impíos, y la vida eterna.

domingo, 11 de julio de 2010

LA EXPIACION INCONCLUSA DEL ADVENTISMO DEL SEPTIMO DIA

Por el Dr. Javier Rivas Martínez (MD)

El adventismo del séptimo día estableció sin acierto que Cristo entró en el santuario celestial en el año 1844 d. C. Su precursor, Guillermo Miller, además de la secta anticristiana de los “testigos de Jehová” (¿?), fue un pastor bautista que se allegó con pasional fuerza al estudio de las profecías bíblicas, creyendo que Dn. 8:14 señalaba el tiempo del regreso del Señor con el propósito de “purificar el santuario” en la tierra. Miller pensó que cada uno de los días de los «dos mil trescientos» de Dn. 8:14 representaba un año. Así que “echando pluma”, Miller se persuadió que a partir de la fecha (457 a. C.) del retorno de Esdras y de sus paisanos del exilio babilónico a Jerusalén hasta 1843 d. C. Cristo regresaría a cumplir la encomienda de “purificar el santuario”. En realidad, la verdadera intrerpretación de esta profecía tiene que ver con Antióco Epífanes IV, rey seléucida, descendiente de Seleuco, uno de los cuatro comandantes principales de Alejandro el Magno y que después de su muerte, de intrigas y de disputas sangrientas, tomaron, finalmente, las vastas tierras conquistadas por el hijo de Filipo, rey de Macedonia. Antióco Epífanes IV, octavo de una considerable lista de gobernantes seléucidas, es representado por el cuerno pequeño de Dn. 8:9. No se debe confundir con el cuerno pequeño de Dn. 7:8, que es el Anticristo de los últimos días. Este pequeño cuerno que emerge de los cuatro cuernos de Dn. 8:8 (estos cuatro cuernos representan, cada uno, a los jefes miliares más importantes del Alejandro el Grande, según lo aludido ya antes, y son: Casandro, Lisímaco, Tolomeo y Seleuco), afectó con grande devastación la «tierra gloriosa» que es sin dudas la misma nación de Israel. Antióco Epífanes IV reinó sobre Siria en los años 175 al 163 a. C. Con actitud malévola y homicida, invadió Jerusalén matando a unos cincuenta mil hombres, incluyendo mujeres e infantes, y vendió como esclavos a cuarenta mil judíos el asesino y soberbio “angelito”. Por si fuera esto poco, dedicó el templo judío al dios Júpiter, sacrificando cerdos y todo tipo de animales inmundos en el altar de bronce (véase el libro apócrifo 1 Macabeos 1:46, 47). Hizo del templo un prostíbulo, intrduciendo rameras para el festejo de los saturnales paganos. Antióco prohibió la observancia del sábado y la lectura de las santas escrituras. Las [dos mil trescientas tardes y mañanas] comprenden el tiempo en que este rematado orate y gobernante seléucida seguiría hollando la tierra de Israel (Dn. 8:13, 14). Judas Macabeo purificó el templo en Jerusalén el 25 de diciembre de 165 a. C. El libro de Daniel dice con respecto a esto: «Luego es santuario será restaurado» (Dn. 8:14). Si se proyecta una línea cronológica inversa, hacia atrás, veremos que los «dos mil trescientos días» nos conducen al año 171 a. C., exactamente cuando Antióco empezó a fustigar con indignación a los del pueblo judío.

El capítulo 8 de Daniel es uno de contendio profético-histórico, de pasado cumplimiento. Presenta la transición, un cambio entre dos imperios conocidos: el persa y el griego. Muestra la rotunda victoria de Alejandro el Magno sobre los ejércitos del rey Darío III, en el año 331 a. C., en la batalla decisiva de Gaugamela, lejos del río Tigris, y todo lo que se [deriva] de esta importante transición; no obstante, Antióco Epifanes VI, es un tipo del Anticristo escatólogico (Ap. 13:1, 2).

Lejos de interpretar correctamente esto, Miller aseguró públicamente que el día 21 de marzo de 1843 Cristo regrsaría. Muchos vendieron sus propiedades, pero . . . nada pasó. Cristo no vino y, oh, decepción. Miller pensó que sus cálculos en torno al regreso de Cristo estaban equivocados. Miller rectificó: ahora la fecha precisa para su retorno era el 21 de marzo de 1844, mas la desilusión volvió a mostrar su lánguido y caído rostro, ya que Cristo no descendió jamás. Otro tercer cálculo determinó que Cristo vendría el 22 de octubre de ese mismo año, pero la tercera tampoco “fue la vencida”. Miller, siendo un hombre de palabra y de conciencia moral, aceptó su error en el método de interpretación utilizado, pero degraciadamente algunos de sus seguidores se vincularon para formar una iglesia fundamentada en los puntos de vista equívocos de la venida de Cristo para purificar el santuario. Uno de estos seguidores, Hiram Edson, además discípulo de Miller, dijo que Miller no había errado en la fecha del regreso de Cristo sino del lugar para la purifiación del santuario, según una “revelación divina” que le fue dada. Asintió que Cristo entró en el santuario celestial pero no en el terrenal, en la fecha establecida por Miller. De esa forma, al intrducirse Cristo en el santuario celestial en el año 1844 d. C., [continua . . . ?] desarrollando su obra expiatoria.

No se requiere de mucha viveza para que uno puda percibir que esta teoría trata ni más ni menos de una “expiación incompleta”, qué de bíblica, “ni la menor de las luces tiene”.

La Biblia muestra que el Hijo de Dios, Jesucristo, vino a entrar al santuario celestial cuando ascendió al cielo hace dos mil años (Hech.1:9) y no en el año 1844 d. C., como lo enseñan deformadamente el adventismo del séptimo día. Textos-prueba: al instante:

«La cual tenemos como segura y firme ancla del alma, y que penetra hasta dentro del velo,6:20 donde Jesús entró por nosotros como precursor, hecho sumo sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec» (Heb. 6:19, 20).

«Ahora bien, el punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos, ministro del santuario, y de aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre» (Heb. 8:1, 2).

«Fue, pues, necesario que las figuras de las cosas celestiales fuesen purificadas así; pero las cosas celestiales mismas, con mejores sacrificios que estos. Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios; y no para ofrecerse muchas veces, como entra el sumo sacerdote en el Lugar Santísimo cada año con sangre ajena. De otra manera le hubiera sido necesario padecer muchas veces desde el principio del mundo; pero ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado» (Heb. 9:23-26).

La expiación que Cristo hizo en la cruz del Calvario para redimir a la humanidad corrompida nunca fue una inconculsa ni continua. La duda se despeja en Heb. 10:10-14. Lea los textos amable lector para que confirme esta verdad escritural. En Heb 10:14 se muestra que el solo sacificio de Cristo, como ofrenda, hizo perfecto para siempre a los santificados. No hay más que hacer, porque ayer [fue consumado] en el madero de la vergüenza (Jn. 19:30). Cristo se ofreció una vez por siempre como un solo sacrificio para el perdón de los pecados (Heb. 10:12). La obra expiatoria de Cristo fue concluida hace casi dos mil años atrás y su efecto es permanente hasta su glorioso y visible retorno; por lo tanto, la doctrina de la expiación continua, no deja de ser únicamente un ardid letal y religioso del adventismo del séptimo día, austeramente legalista. Para Elena White, cada creyente en Cristo tendría que pasar por un detallado exámen, por un juicio de investigación para el perdón de sus pecados, “juicio” que dio inicio, según White, al término de los dos mil trescientos días, en 1844 d. C. El mencionado juicio “divino” concluiría antes del regreso del Señor. Esta inconsistencia de la expiación incompleta de parte del adventismo del séptimo día, nos deja a muchos con la incertidumbre de saber cuándo alguien es en verdad salvo o no. No existe ninguna garantía ofrecida a largo plazo para el creyente en esta clase de expiación porque es absolutamente defectuosa e insuficiente.

Dios perdona y borra los pecados de los hombres en el instante en que creen sincera y adecuadamente en Cristo. No tendrán que esperar más tiempo para que el Creador lo haga después de que creyeron. Es inconcebible que los cristianos de la antigüedad hayan tenido que aguardar hasta 1844 d. C. para la apertura del perdón de los pecados en base a un “juicio de investigación” y el cual ha sido elaborado con desacierto por el adventismo. Es una gigantesca fábula que debemos esperar con estos cristianos del lejano antaño hasta la parusía del Señor para que la obra expiatoria sea consumada.

Los siguientes versos que hablan del perdón por medio de Cristo, están en «verbo presente». Echan por tierra la doctrina adventista de la expiación inconclusa e ininterrumpida del perdón de los pecados en los creyentes:

Limpia:

«. . . pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos [limpia] de todo pecado» (1 Jn. 1:7).

Tiene:

«El que cree en el Hijo [tiene] vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él» (Jn. 3:36).

Hay:

«Ahora, pues, ninguna condenación [hay] para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu (Ro.8:1).

Errores como este infestan el corazón del adventismo. El adventismo es uno que ha confiado primeramente en las obras de la ley que en la misma gracia salvadora, en la fe por Jesucristo:

«Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe» (Ef. 2:8 y 9).

Es cierto que la ley lleva al hombre al conocimiento del pecado, le revela la santidad de Dios, y lo guía a Cristo. Pero hoy, ya no estamos «bajo la ley, sino bajo la gracia» (véase Ro. 6:25). La ley no ha sido dada como un medio para que el hombre fuese salvo. No, «Porque si la ley dada pudiera vivificar, la justicia fuera verdaderamente por la ley» (Gal. 3:21). Cristo ha venido a ser «el fin de la ley para aquellos que creen» ( Ro. 10:4). Es imposible que al ley otorge vida «por cuanto era débil por la carne» (Ro.8:3).

Si la ley no salva, ¿porqué el adventismo obliga empecinadamente a guardar el sábado, decretado solamente para la nación de Israel (Ez. 20:10-13), poniéndolo como un requisito insustituible, primordial, para que el creyente pueda ser salvo?

La respuesta para esclarecer su tremebundo error, es demasiada obvia.

Es hora de despertar amigos míos del letargo doctrinal.

Que Dios les bendiga siempre.